La sede de la ONU, en Nueva York.

Hemos visto los crímenes de la OTAN pero ¿por qué proclamar nuestra amistad con Rusia? ¿No existe también un peligro de que ese país se comporte mañana como la OTAN lo hace hoy? ¿No estaríamos sustituyendo un yugo por otro yugo?

Para responder a esa pregunta me basaré en mi experiencia como consejero de 5 jefes de Estado. En todas partes, los diplomáticos rusos me han dicho: «Ustedes se equivocan. Se comprometen a apagar un incendio aquí mientras hay otro comenzando en otro lugar. El problema es más profundo y amplio.»

Quisiera, por lo tanto, describir a ustedes la diferencia entre un orden mundial «basado en reglas» y otro basado en el Derecho Internacional. No es una historia lineal sino la historia de un combate entre dos concepciones del mundo, un combate que tenemos el deber de continuar.

En el siglo XVII, los Tratados de Westfalia [también denominados como “Paz de Westfalia”. Nota del Traductor.] sentaron el principio de soberanía de los Estados. Cada Estado es igual a los demás y ninguno de ellos puede inmiscuirse en los asunto internos de los otros Estados. Esos Tratados rigieron durante siglos tanto las relaciones entre los Landers actuales como las relaciones entre los Estados europeos. En 1815, en el momento de la derrota de Napoleón I, esos Tratados fueron reafirmados por el Congreso de Viena.

Antes de la Primera Guerra Mundial, el zar Nicolás II convocó dos conferencias internacionales de paz en La Haya –en 1899 y 1907–para «buscar los medios más eficaces para garantizar a todos los pueblos los beneficios de una paz real y duradera». El zar Nicolás II preparó aquellas dos conferencias internacionales con el papa Benedicto XV, basándose no en el derecho del más fuerte sino en el derecho canónico. Veintisiete Estados firmaron los trabajos finales de aquellas conferencias, al cabo de 2 meses de deliberaciones. El presidente del Partido [republicano] Radical francés, León Bourgeois, presentó en La Haya su reflexión [1] sobre la dependencia recíproca entre los Estados y sobre el interés que tendría para ellos la decisión de unirse a pesar de sus rivalidades.

Bajo el impulso de León Bourgeois, la Conferencia creó una Corte Internacional de Arbitraje encargada de resolver los conflictos por la vía jurídica, para evitar que los Estados recurriesen a la guerra. Bourgeois estimaba que los Estados no aceptarían desarmarse mientras no tuviesen otras garantías de seguridad. El texto final instituye la noción del «deber de los Estados de evitar la guerra»… recurriendo precisamente al arbitraje.

Por iniciativa de un ministro del zar, Frederic Fromhold de Martens, la Conferencia concluyó que, durante un conflicto armado, las poblaciones y los beligerantes deben quedar bajo la protección de los principios resultantes «de los usos establecidos entre naciones civilizadas, de las leyes de la humanidad y de las exigencias de la conciencia pública». En pocas palabras, los firmantes se comprometían a no volver a comportarse como bárbaros.

Ese sistema funciona únicamente entre Estados civilizados que respetan su propia firma y que rinden cuentas ante su propia opinión pública. Y fracasó en 1914 porque los Estados habían perdido su soberanía al concluir acuerdos de defensa que los obligaban a entrar en guerra automáticamente en circunstancias que ellos mismos no podían evaluar.

Las ideas de León Bourgeois avanzaron pero encontraron oposición, como la de Georges Clemenceau, el rival de Bourgeois en el seno de su propio partido. Clemenceau no creía que la opinión pública pudiese impedir la guerra. Tampoco lo creían los anglosajones: el presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, y el primer ministro británico, Lloyd George.

Así que, al final de la Primera Guerra Mundial, el francés Georges Clemenceau, el estadounidense Woodrow Wilson y el británico Lloyd George reemplazaron el balbuceante Derecho Internacional por la fuerza de los vencedores; se repartieron el mundo y los despojos del Imperio Austrohúngaro, del Imperio Alemán y del Imperio Otomano; atribuyeron a Alemania toda la responsabilidad por las masacres, desconociendo a la vez las responsabilidades de sus propios países y las masacres que ellos mismos habían impulsado, e impusieron a Alemania un desarme sin garantías.

Para evitar el surgimiento de un rival ante el Imperio Británico en Europa, los anglosajones comenzaron a instigar a Alemania en contra de la URSS y compraron el silencio de Francia asegurándole que podría saquear el derrotado II Reich. De cierta manera, como lo dijo en su momento el primer presidente de la República Federal de Alemania, Theodor Heuss, los anglosajones crearon las condiciones para el desarrollo del nazismo.

Conforme a lo que ya habían decidido entre ellos, el francés Georges Clemenceau, el estadounidense Woodrow Wilson y el británico Lloyd George remodelaron el mundo según su propia visión (los 14 puntos de Wilson, los acuerdos Sykes-Picot y la declaración de Balfour). Crearon el “hogar judío” de Palestina, dividieron África y Asia y trataron de reducir Turquía a su mínima expresión. Esos 3 personajes crearon todos los desórdenes actuales en el Medio Oriente.

Sin embargo, después de la Primera Guerra Mundial, fueron las ideas del difunto zar Nicolás II y de León Bourgeois las que dieron lugar al nacimiento de la Sociedad de Naciones (SDN), sin participación de Estados Unidos, que así rechazaba oficialmente la concepción del Derecho Internacional. Pero la SDN también fracasó, no porque Estados Unidos se negara a ser miembro, como ya dijimos –en definitiva, Estados Unidos estaba en su derecho de no integrarse a la SDN–, sino porque la misma SDN fue incapaz de reinstaurar una estricta igualdad entre los Estados –Reino Unido se negaba a considerar como iguales los pueblos colonizados. Otra razón del fracaso de la SDN es que esta nunca tuvo un ejército común. La última razón del fracaso de la SDN es que los nazis masacraron a sus opositores, destruyeron la opinión pública alemana, violaron la firma de su propio país y no vacilaron en comportarse como bárbaros.

A partir de la Carta Atlántica, en 1942, el nuevo presidente estadounidense, Franklin Roosevelt, y el nuevo primer ministro británico, Winston Churchill, se fijaron como objetivo común instaurar un gobierno mundial al final del conflicto. Creyendo que podrían llegar a gobernar el mundo, los anglosajones no lograron sin embargo ponerse de acuerdo sobre cómo hacerlo. Washington no quería que Londres interviniese en Latinoamérica mientras que Londres no tenía intenciones de compartir la hegemonía del Imperio donde «nunca se ponía el sol». Durante la Segunda Guerra Mundial, los anglosajones firmaron numerosos tratados con los gobiernos aliados, principalmente con los gobiernos en el exilio, albergados en Londres.

Pero los anglosajones no lograron derrotar al III Reich. Fueron los soviéticos quienes lo vencieron y tomaron Berlín. El primer secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética, Josef Stalin, se oponía a la idea de instaurar un gobierno mundial… y mucho menos anglosajón. Stalin solamente quería la creación de un organismo capaz de evitar nuevas guerras. En definitiva, fueron los conceptos rusos los que dieron nacimiento al sistema, el de la Carta de las Naciones Unidas, que se adoptó en la Conferencia de San Francisco.

Según el principio instituido en las conferencias de La Haya, todos los Estados miembros de la ONU son iguales. La Organización de las Naciones Unidas incluye un tribunal interno –la Corte Internacional de Justicia (CIJ), encargado de resolver los conflictos entre los miembros de la ONU. Sin embargo, teniendo en cuenta las experiencias anteriores, las cinco potencias victoriosas disponen cada una de un escaño permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, con derecho de veto. Al no existir ningún grado de confianza entre los miembros permanentes del Consejo de Seguridad –los anglosajones se plantearon incluso continuar la guerra utilizando los restos de las tropas alemanas contra la URSS– y como no se sabía cuál sería el comportamiento de la Asamblea General, los vencedores querían garantizar que la ONU no se volviese contra ellos –Estados Unidos había cometido espantosos crímenes de guerra al utilizar dos bombas atómicas contra la población civil japonesa… cuando Japón se preparaba para rendirse ante los soviéticos.

Pero las grandes potencias tenían concepciones muy diferentes del derecho de veto. Para algunas de esas potencias, el derecho de veto era un derecho de censura sobre las opiniones de los demás. Otras lo veían como la obligación, para los vencedores, de adoptar decisiones por unanimidad.

Pero los anglosajones nunca siguieron las reglas del juego.

El 14 de mayo de 1948, un Estado israelí se autoproclamó antes de que existiesen acuerdos sobre el trazado de sus fronteras. Después, el enviado especial del secretario general de la ONU, a quien se le había confiado la misión de velar por la creación de un Estado palestino, el conde Folke Bernadotte, fue asesinado por los supremacistas judíos, encabezados por Yitzhak Shamir. Además, el escaño destinado a China en el Consejo de Seguridad de la ONU, en el contexto de la guerra civil china a punto de terminar, no fue entregado al gobierno de Pekín sino que terminó en manos del Kuomintang de Chiang Kai-chek. El 15 de agosto de 1948, los anglosajones proclamaron una “República de Corea” en su zona de ocupación de la península de Corea. El 4 de abril de 1949, los anglosajones crearon la OTAN y después, el 23 de mayo del mismo año, proclamaron la independencia de sus sectores de ocupación en Alemania, bajo la denominación de “República Federal de Alemania”.

Considerándose engañada, la URSS optó por la «política del escaño vacío» en el Consejo de Seguridad. El soviético Josef Stalin, nacido en Georgia, creía, erróneamente, que el veto no era un medio de censura sino un instrumento para garantizar la unanimidad entre los vencedores y creyó que la ausencia de la URSS impediría que el Consejo adoptara decisiones. Pero los anglosajones dieron otra interpretación al texto de la Carta que ellos mismos habían redactado y, el 25 de junio de 1950, aprovecharon la ausencia de los soviéticos para poner cascos azules sobre las cabezas de sus soldados y enviarlos a la guerra contra los coreanos del norte «en nombre de la comunidad internacional» (sic). El 1º de agosto de 1950, los soviéticos regresaron a la ONU, después de 6 meses y medio de ausencia.

Si bien el Tratado del Atlántico Norte es legal, su reglamento interno viola la Carta de la ONU ya que pone los ejércitos de los países miembros de la alianza atlántica bajo las órdenes de los anglosajones. El comandante supremo de las fuerzas de la OTAN en Europa (SACEUR, siglas en inglés) es obligatoriamente un general estadounidense [designado por el presidente de Estados Unidos. Nota de Red Voltaire.]. Según el primer secretario general de la OTAN, Hastings Ismay, el verdadero objetivo de la OTAN no es preservar la paz ni luchar contra los soviéticos sino «Mantener a los americanos dentro, a los rusos fuera y a los alemanes bajo tutela» [2]. En resumen, la OTAN es el brazo armado del gobierno mundial que Roosevelt y Churchill querían crear. Es en aplicación de ese objetivo [enunciado por Ismay], que el presidente Joe Biden ordenó la voladura de los gasoductos Nord Stream y Nord Stream 2, que conectaban a Rusia y Alemania.

Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, el MI6 [británico] y la OPC (o sea, la futura CIA) instauraron secretamente una red stay-behind en Alemania. Introdujeron en esa red miles de responsables nazis que habían ayudado a escapar de la justicia. Klaus Barbie [el jefe de la GESTAPO en la ciudad francesa de Lyon], quien había torturado al Coordinador Nacional de la Resistencia francesa, Jean Moulin, se convirtió en el primer comandante de aquel ejército secreto. Aquella red fue incorporada después a la OTAN y los anglosajones la utilizaron para intervenir en la vida política de sus supuestos aliados, en realidad sus vasallos.

Los ex colaboradores de Joseph Goebbels crearon la Volksbund für Frieden und Freiheit y, con ayuda de Estados Unidos, persiguieron a los comunistas alemanes. Posteriormente, los agentes stay-behind de la OTAN lograron manipular a la extrema derecha para convertirla en algo detestable. Así sucedió con la banda Baader-Meinhof [la Fracción del Ejército Rojo. NdT.] y cuando los miembros de aquel grupo fueron detenidos, la red stay-behind los asesinó en la cárcel, antes de que fuesen juzgados, para que no hablaran. A partir de 1992, siguiendo instrucciones de la OTAN, Dinamarca espió a personalidades alemanas, como la canciller Angela Merkel. Asimismo, en 2022, otro país miembro de la OTAN, Noruega, ayudó a Estados Unidos en la voladura de los gasoductos Nord Stream…

Pero, volvamos al Derecho Internacional. Poco a poco las cosas fueron entrando nuevamente en orden hasta que el ucraniano Leonid Brezhnev hizo en Europa central, en 1986, con la «primavera de Praga», lo que los anglosajones ya hacían en todas partes, prohibir a los Estados aliados de la URSS optar por un modelo económico diferente al suyo.

Fue con la disolución de la URSS que las cosas comenzaron a empeorar. El subsecretario de Defensa de Estados Unidos, Paul Wolfowitz, elaboró una doctrina según la cual, para seguir siendo dueño del mundo, Estados Unidos tenía que evitar a toda costa el surgimiento de un nuevo rival… comenzando por la Unión Europea. En aplicación de esa doctrina, el secretario de Estado James Baker impuso la ampliación de la Unión Europea a todos los Estados que habían sido miembros del Pacto de Varsovia o de la URSS. Con esa ampliación, la Unión Europea se privaba a sí misma de la posibilidad de convertirse en una entidad política. Fue también en aplicación de esa doctrina que el Tratado de Maastricht puso la Unión Europea bajo la protección de la OTAN. Y es igualmente en aplicación de la misma doctrina que Alemania y Francia pagan y arman a Ucrania.

Llegó entonces el profesor checo-estadounidense Josef Korbel y propuso a los anglosajones dominar el mundo reescribiendo los tratados internacionales. Según Korbel, sólo había que reemplazar la racionalidad del derecho romano por el derecho anglosajón, basado en la costumbre. De esa manera, todos los tratados acabarían, a largo plazo, dando la ventaja a las potencias dominantes, Estados Unidos y Reino Unido, vinculados por una «relación especial», según palabras de Winston Churchill.

La hija del profesor Korbel, la demócrata Madeleine Albright, se convirtió en embajadora de Estados Unidos en la ONU y después en secretaria de Estado. Cuando la Casa Blanca pasó a manos de los republicanos, la hija adoptiva del profesor Korbel, Condoleeza Rice, se convirtió en consejera de seguridad nacional y más tarde en secretaria de Estado. Durante 20 años, las dos “hermanas” [3] reescribieron pacientemente los principales tratados internacionales, supuestamente para modernizarlos, en realidad para modificar el espíritu mismo de esos textos.

Hoy en día, las instituciones internacionales funcionan según reglas instauradas por los anglosajones, basadas en las precedentes violaciones del Derecho Internacional. Ese “derecho” [basado en reglas] no está escrito en ningún código ya que se trata de la interpretación de la costumbre según la potencia dominante. Todos los días estamos reemplazando el Derecho Internacional por reglas injustas y estamos violando nuestra propia firma.

Por ejemplo:
 Los Estados bálticos se comprometieron por escrito –en el momento de su creación, en 1990– a conservar los monumentos que conmemoraban los sacrificios del Ejército Rojo [soviético]. La destrucción de esos monumentos es, por consiguiente, una violación de aquel compromiso.
 Finlandia se comprometió por escrito –en 1947– a mantenerse neutral. Su incorporación a la OTAN es una violación de su propia firma al pie de aquel compromiso.
 La ONU adoptó –el 25 de octubre de 1971– la resolución 2758, reconociendo así que el gobierno de la República Popular China es el único representante legítimo de la nación china. En aplicación de esa resolución, el gobierno de Chiang Kai-chek fue expulsado del Consejo de Seguridad y reemplazado por el gobierno de Mao Tse-Tung. Por consiguiente, las recientes maniobras militares de la República Popular China en el estrecho de Taiwán no son un acto agresivo contra otro Estado soberano sino un despliegue militar chino en sus propias aguas territoriales.
 Los Acuerdos de Minsk tenían como objetivo proteger a los ucranianos rusoparlantes del acoso de los nacionalistas integristas. Francia y Alemania se comprometieron, ante el Consejo de Seguridad de la ONU, a actuar como garantes de la aplicación de los Acuerdos de Minsk. Pero, como lo reconocieron públicamente la ex canciller alemana Angela Merkel y el ex presidente francés Francois Hollande, ellos no tenían intenciones de poner los acuerdos en aplicación. Sus firmas no valían nada. Si hubiesen valido algo… hoy no habría guerra en Ucrania.

La adulteración del Derecho Internacional llegó a un punto culminante con la nominación, en 2012, del estadounidense Jeffrey Feltman, como responsable de los asuntos políticos en la ONU. Desde su oficina en la sede de la ONU, en Nueva York, Jeffrey Feltman supervisó la guerra de Occidente contra Siria, utilizando para la guerra las instituciones de la paz [4].

La Federación Rusa respetó todos los compromisos que firmó, y también los que había firmado la extinta Unión Soviética… hasta que Estados Unidos la amenazó almacenando armamento a las puertas del territorio ruso. El Tratado de No Proliferación nuclear (TNP) obliga las potencias nucleares a abstenerse de diseminar por el mundo sus arsenales nucleares. Violando su firma al pie del Tratado de No Proliferación, Estados Unidos ha venido almacenando, desde hace décadas, bombas atómicas en 5 países vasallos. Estados Unidos entrena soldados de los ejércitos aliados en el uso de esas armas en las bases Kleine Brogel (Bélgica), Buchel (aquí, en Alemania), Aviano y Ghedi (en Italia), Volkel (Países Bajos) y en Incirlik (en Turquía).

Y ahora nos dicen que [esas violaciones del TPN] se han convertido en “la costumbre”. Pero, la Federación Rusa, considerándose asediada luego del vuelo de un bombardero nuclear sobre el golfo de Finlandia, también ha comenzado a “jugar” con el TPN, desplegando armas atómicas en Bielorrusia. Claro, Bielorrusia no es Cuba. Llevar armas nucleares a Bielorrusia no cambia nada. Es sólo un mensaje dirigido a Washington: “Si ustedes quieren volver al derecho del más fuerte, nosotros podemos aceptarlo. Pero ahora los más fuertes somos nosotros.” Es importante señalar que Rusia no viola la letra del TPN ya que no entrena militares bielorrusos para que usen el armamento nuclear sino que se toma “libertades” con la interpretación del Tratado.

Para ser eficaces y perennes, explicaba León Bourgeois en el siglo pasado, los tratados deben basarse en garantías jurídicas. Resulta por lo tanto urgente volver al Derecho Internacional. Si no lo hacemos, nos veremos empujados a una guerra devastadora.

Restablecer el Derecho Internacional va en el sentido de nuestro honor y de nuestro interés. El Derecho Internacional es una construcción frágil. Si queremos evitar la guerra, tenemos que restaurarlo y estamos seguros de que Rusia piensa como nosotros y que no lo violará.

También podemos apoyar a la OTAN, que reunió a sus 31 ministros de Defensa en Bruselas, el 31 de octubre, para escuchar a su homólogo israelí anunciando que iba a arrasar Gaza. Y ninguno de nuestros ministros, incluyendo al alemán Boris Pistorius, se atrevió a alzar la voz contra la planificación de ese crimen de masa que se perpetra contra los civiles. No se dejen ustedes traicionar nuevamente, ahora por el Partido Socialdemócrata y los Verdes.

La opción no es escoger entre dos amos sino proteger la paz, desde el Donbass hasta Gaza, y, en definitiva, defender el Derecho Internacional.