¿Cómo puede explicarse que personajes como el español Josep Borrell, el belga Charles Michel y la alemana Ursula von der Leyen, de comprobada participación en casos de corrupción y que además han demostrado ser incompetentes, se han convertido en los líderes de la Unión Europea? Porque así se garantiza su sumisión a todo lo que les dicta el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg.
Tanto en tiempo de paz como en tiempo de guerra, la dominación de Occidente sobre el resto del mundo se ejerce –al igual que el dominio de Estados Unidos sobre sus aliados– mediante la instrumentalización del Derecho. Los tribunales internacionales ya no buscan hacer respetar la justicia sino confirmar el orden impuesto al mundo y castigar a quienes lo cuestionan. El Derecho estadounidense y el Derecho europeo son utilizados para imponer al resto del mundo las políticas de Estados Unidos y de la Unión Europea. Pero ese sistema ya no da más de sí.
Desde que se disolvió la Unión Soviética, Occidente ha venido utilizando los tribunales internacionales y la justicia estadounidense para imponer su ley. Las potencias occidentales imponen condenas a quienes las desafían pero nunca juzgan a sus propios criminales. Esa forma de “justicia” se ha convertido en el ejemplo absoluto de su política de doble rasero.
Pero el debilitamiento de la dominación occidental desde la victoria de Rusia en Siria, y sobre todo ahora, con el conflicto en Ucrania, comienza a tener serias repercusiones sobre ese sistema.
EL FIN DE LA DOMINACIÓN DE OCCIDENTE COMENZÓ EN 2016
El 5 de mayo de 2016, el presidente Vladimir Putin proclamaba la victoria de la civilización sobre la barbarie, o sea la victoria de Siria y Rusia sobre los yihadistas armados y respaldados por Occidente. Se organizó entonces un concierto en la ciudad siria de Palmira, en las ruinas de la antigua ciudad donde la reina Zenobia había logrado que todas las religiones convivieran en paz y armonía. Simbólicamente, aquel concierto de la orquesta del teatro Mariinski, de San Petersburgo, se llamó “Plegaria por la Paz” y el presidente Putin se dirigió a los presentes por videoconferencia.
Los pueblos occidentales no entendieron aquello porque no tenían conciencia de que los yihadistas eran sólo títeres de los servicios secretos de Occidente. Sobre todo después de los atentados del 11 de septiembre de 2021, los pueblos occidentales veían a los yihadistas como enemigos y no entendían porqué los crímenes del yihadismo terrorista en Occidente no tenían la misma envergadura que los que cometían en el resto del mundo. Por ejemplo, los atentados del 11 de septiembre –atribuidos, contra toda lógica, a los yihadistas– dejaron un saldo de 2 977 muertos, pero el Emirato Islámico (Daesh), también llamado “Estado Islámico” o ISIS, ya había asesinado a cientos de miles de árabes y africanos.
EL FIN DE LA INSTRUMENTALIZACIÓN DE LA JUSTICIA INTERNACIONAL
El clima alrededor del proceso iniciado en La Haya, en 2011, contra un dirigente africano derrocado por Occidente cambió radicalmente después del concierto de Palmira. Recordemos brevemente los hechos.
En el año 2000, Laurent Gbagbo era electo presidente en Costa de Marfil. Gbagbo, que era entonces el candidato de Estados Unidos, instauró inicialmente un régimen autoritario que favorecá a ciertas etnias en detrimento de otras. Pero, Gbagbo decidió después ponerse al servicio de su país. A partir de ese momento, Estados Unidos y Francia instigan una rebelión contra Gbagbo sobre la base de errores que le habían llevado a cometer. Finalmente, después de una intervención de la ONU, el ejército francés derroca al presidente Gbagbo, en 2011, y pone en el poder a Alassane Ouattara, un amigo personal del entonces presidente francés Nicolas Sarkozy. El derrocado presidente Gbagbo es arrestado y puesto a disposición de la Corte Penal Internacional (CPI) para ser juzgado por “genocidio”. Pero ese órgano, nunca logró demostrar los “crímenes” atribuidos a Gbagbo y acabó absolviéndolo, en 2019, veredicto ratificado en 2020. Desde entonces, la presencia francesa en África ha venido apagándose inexorablemente.
Contrariamente a lo que querían sus fundadores, la Corte Penal Internacional se había convertido en un instrumento de dominación que sólo condenaba a los nacionalistas africanos. Ese órgano no ha investigado nunca los crímenes de los presidentes de Estados Unidos, de los primeros ministros británicos ni de los presidentes de Francia. Su parcialidad al servicio del imperialismo se hizo todavía más evidente cuando su fiscal, el argentino Luis Moreno Ocampo, mintió descaradamente al declarar que tenía detenido al hijo de Muammar el Kadhafi, Saif al-Islam Kadhafi. El único objetivo de aquella falacia era lograr que los libios renunciaran a la resistencia contra la guerra ilegal de la OTAN.
EL INICIO DE UNA JUSTICIA INTERNACIONAL EQUITATIVA, JUSTA E IGUAL PARA TODOS
Muy recientemente, el 30 de diciembre de 2022, la Asamblea General de la ONU adoptó una resolución en la que solicita a la Corte Internacional de Justicia (CIJ), el tribunal interno de las Naciones Unidas, que se pronuncie sobre la legalidad de la ocupación israelí en Palestina. En ese voto se vio un cambio espectacular de posición de la mayoría de los Estados ante una ocupación que se mantiene desde hace… 75 años. Y el único veredicto lógico de la CIJ es que ese órgano, que se consagra a impartir justicia entre los Estados, acabe condenando la ocupación israelí, lo cual obligará los 195 Estados miembros de la ONU a revisar sus políticas sobre la cuestión palestina.
Los Estados occidentales ahora pretenden crear un nuevo tribunal… porque los tribunales que ya existen ya no se pliegan a sus intereses. Los promotores de esa nueva estructura pretenden «condenar a Vladimir Putin por los crímenes rusos en Ucrania».
Pero en realidad se trata de hacer olvidar la responsabilidad de la canciller alemana Angela Merkel y del presidente francés François Hollande, quienes firmaron los Acuerdos de Minsk como garantes de su aplicación pero sIn tener la menor intención de actuar para ponerlos en práctica… lo cual se tradujo en la muerte de 20 000 ucranianos. También se trata de negar el hecho que fue en virtud de la «responsabilidad de proteger» que el presidente ruso Vladimir Putin intervino militarmente en Ucrania para aplicar aquellos Acuerdos, que cuentan además con el aval de la resolución 2202 del Consejo de Seguridad de la ONU.
En toda operación militar siempre hay víctimas, gente que ha menudo muere injustamente. Eso es característico de todas las guerras y es lo que diferencia a las guerras de las operaciones policiales. El problema no es juzgar a quienes hacen la guerra sino evitar que sea necesario recurrir a ella. El objetivo de la justicia internacional no es castigar a quienes se ven obligados a tomar las armas y a matar para defender su patria sino castigar a quienes provocan conflictos de forma artificial y a quienes matan sin razón.
LA INSTRUMENTALIZACIÓN DE LA JUSTICIA OCCIDENTAL ALCANZA SU LÍMITE
Estados Unidos y la Unión Europea han inventado una extraterritorialidad de sus leyes. En total contradicción con la Carta de la ONU, Estados Unidos y la Unión Europea violan la soberanía de los demás Estados al tratar de obligarlos a aplicar el derecho estadounidense y el derecho europeo.
Desde 1942, Estados Unidos ha venido adoptando un número impresionante de leyes extraterritoriales, como laTrading with the Enemy Act(1942), laForeign Corrupt Practices Act(1977), laCuban Liberty and Democratic Solidarity Act(la llamada ley Helms-Burton, adoptada en 1996), laIran and Libya Sanctions Act(la llamada ley Amato-Kennedy, de 1996), la USA PATRIOT Act(2001), laPublic Company Accounting Reform and Investor Protection Act(llamada ley Sarbanes-Oxley o SarbOx, de 2002), laForeign Account Tax Compliance Act(también llamada FACTA, en 2010) y laCLOUD Act(2018).
En todo ese dispositivo se conjugan permanente las acciones de la “justicia” estadounidense y las de los servicios secretos de Estados Unidos. Al extremo que el contraespionaje francés (DGSI) señala:
«La extraterritorialidad se traduce en una gran variedad de leyes y mecanismos jurídicos que confieren a las autoridades estadounidenses la capacidad de someter empresas extranjeras a sus estándares así como de captar sus habilidades, de entorpecer los esfuerzos de desarrollo de los competidores de las empresas estadounidense, de controlar o vigilar empresas extranjeras que molestan o que son objeto de interés para, de esa manera, generar importantes ingresos financieros» [1].
Ese dispositivo fuerza las empresas extranjeras que trabajan en Estados Unidos, o que utilizan dólares estadounidenses, a plegarse a las políticas de Washington. Además, ese sistema “legaliza” la guerra económica, aplicando el engañoso calificativo de «sanciones» a disposiciones que violan la Carta de la ONU ya que no cuentan con el aval del Consejo de Seguridad. Ese dispositivo es capaz, por ejemplo, de aislar totalmente a un Estado y de imponer el hambre a su población, como sucedió en Irak –bajo la administración Clinton– y como hoy sucede con Siria –bajo la administración Biden.
En este momento, siguiendo el “ejemplo” de Estados Unidos, la Unión Europea está dotándose de sus propias leyes extraterritoriales. En 2014, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE, también llamado el Tribunal de Luxemburgo) llegó emitir un veredicto de culpabilidad contra la casa matriz de un buscador español de internet, con sede fuera de Europa, porque su filial “violaba” las leyes europeas.
Pero ese modelo occidental también está cayéndose a pedazos. La guerra económica que Occidente ha desatado contra Irán, durante la agresión occidental contra Siria por medio del terrorismo yihadista, guerra económica que ahora también apunta contra Rusia desde que Moscú inició sus acciones para imponer la aplicación de la resolución 2202 en Ucrania, se ha extendido tanto que Occidente ya es incapaz de sostenerla.
Los buques cisterna de muchos países ya no vacilan en cargar petróleo iraní o ruso en alta mar. El mundo entero lo sabe, pero Occidente finge no saberlo. El Pentágono incluso ha llegado a hundir algunos de esos buques en aguas del Mediterráneo, frente al litoral sirio, pero no se atreve a hacerlo frente a las costas de la Unión Europea, después de haber saboteado los gasoductos rusosNord StreamyNord Stream 2. ¿Por qué? Porque quienes “violan” allí las mal llamadas “sanciones” ya no son los “enemigos” de Washington sino sus propios “aliados”.
Por desgracia, esas guerras económicas sólo se hacen impopulares en Occidente cuando son los mismos occidentales quienes comienzan a pagar por ellas un precio insostenible
El conflicto en Ucrania, presentado en los medios como una agresión rusa, es de hecho la aplicación de la resolución 2202, adoptada el 17 de febrero de 2015 en el Consejo de Seguridad de la ONU. Francia y Alemania no cumplieron los compromisos que habían contraído en el Acuerdo Minsk II pero Rusia se preparó durante 7 años para hacerlo, lo cual significaba asumir este enfrentamiento. Y también previó con mucha antelación las sanciones occidentales, tanto que en sólo 2 meses ha sabido contrarrestarlas. Las sanciones de Occidente contra Rusia están dando al traste con la globalización estadounidense ya que desorganizan las economías occidentales al interrumpir las cadenas de aprovisionamiento, haciendo rebotar los dólares hacia Estados Unidos y desatando una inflación generalizada, además de provocar en Occidente una grave crisis energética. Estados Unidos y sus aliados se ven en la situación del “cazador cazado”, están cavando su propia tumba. Mientras tanto, los ingresos del Tesoro ruso han crecido en un 32% en sólo 6 meses.
Los jefes de Estado y/o de gobierno presentes en el Acuerdo de Minsk II.
Durante los 7 últimos años, las potencias firmantes del Acuerdo Minsk II (Alemania, Francia, Ucrania y Rusia) tuvieron en sus manos la responsabilidad de garantizar la aplicación de los compromisos inscritos en ese documento, avalado y legalizado el 17 de febrero de 2015 por el Consejo de Seguridad de la ONU. Sin embargo, a pesar de los discursos sobre la necesidad de proteger a los ciudadanos amenazados por su propio gobierno, ninguno de esos Estados actuó para garantizar la aplicación de lo pactado en Minsk II.
El 31 de enero de 2022, mientras se hablaba de una posible intervención militar rusa, el secretario del Consejo de Seguridad Nacional y Defensa ucraniano, Oleksiy Danilov, lanzaba un desafío a Alemania, Francia, Rusia y al propio Consejo de Seguridad de la ONU al declarar:
«El respeto de los acuerdos de Minsk significa la destrucción del país. Cuando se firmaron, bajo la amenaza armada de los rusos –y bajo la mirada de los alemanes y los franceses– ya estaba claro para todas las personas racionales que era imposible poner en aplicación esos documentos.»
Siete años después de aquella firma, la cifra de ucranianos muertos a manos del gobierno de Kiev ya era de 12 000 personas (según Kiev) mientras que la Comisión Investigadora rusa contabilizaba más de 20 000 muertos.
Sólo entonces, Moscú inició una «operación militar especial» contra los elementos ucranianos que se identifican a sí mismos como «nacionalistas integristas», mientras que el gobierno ruso los señala como «neonazis».
Desde el inicio de su operación especial, Moscú precisó que las tropas rusas se limitarían a socorrer a los pobladores del Donbass y a «desnazificar» Ucrania, no a ocuparla.
A pesar de esa clarificación sobre los objetivos rusos, las potencias occidentales acusaron a Rusia de tratar de tomar Kiev, de querer derrocar al presidente Volodimir Zelenski y de proponerse anexar Ucrania. Ya hoy es evidente que las fuerzas rusas no han hecho absolutamente nada de eso. Sólo después de que uno de los negociadores ucranianos, Denis Kireev, fue ejecutado por el SBU –el servicio de seguridad de Ucrania– y de que el presidente Zelenski suspendiera las negociaciones con Moscú, el presidente ruso Vladimir Putin anunció un endurecimiento de las exigencias rusas. Desde aquel momento, la Federación Rusa reclama la «Novorossia», o sea el sur de Ucrania –territorio históricamente ruso desde los tiempos de la zarina Catalina II (Catalina la Grande), con excepción de un periodo de 33 años.
Es importante entender que si Rusia esperó 7 años antes de tomar la iniciativa, no fue porque Moscú fuese insensible a la masacre contra los pobladores rusoparlantes del Donbass sino porque estaba preparándose para enfrentar la previsible respuesta occidental. Según la citación clásica del ministro de Exteriores del zar Alejandro II, el príncipe Alexander Gorchakov:
«El Emperador está decidido a dedicar, preferentemente, sus esfuerzos al bienestar de sus súbditos y a concentrar, en el desarrollo de los recursos internos del país, una actividad que sólo iría más allá de las fronteras cuando los intereses positivos de Rusia así lo exijan absolutamente. A Rusia se le reprocha aislarse y guardar silencio ante hechos que no se corresponden con el derecho ni con la equidad. Rusia nos pone mala cara, dicen. Rusia no pone mala cara. Rusia se recoge.»
Esta operación policial ha sido calificada de «agresión» por las potencias occidentales. Subiendo de tono, se ha descrito a Rusia como una «dictadura» y su política exterior se tacha de «imperialismo». Parece que nadie ha leído el Acuerdo de Minsk II, a pesar de que ese documento recibió la validación del Consejo de Seguridad de la ONU. En una conversación telefónica entre el presidente Putin y el presidente de Francia Emmanuel Macron –conversación divulgada por los servicios de la presidencia francesa– el jefe de Estado francés expresa abiertamente su desinterés por la suerte de la población del Donbass, o sea su desprecio por el Acuerdo de Minsk II.
Ahora, los servicios secretos occidentales corren en auxilio de los «nacionalistas integristas» ucranianos (los «neonazis», según la terminología rusa) y, en vez de buscar una solución pacífica, lo que hacen es tratar de destruir la Federación Rusa desde adentro
A la luz del Derecho Internacional, Moscú no hace otra cosa que aplicar la resolución que el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó en 2015. Puede reprochársele lo brutal de sus medios, pero ciertamente no puede decirse que haya actuado con precipitación (después de una espera de 7 años) ni que su actuación sea ilegítima (tiene el respaldo de la resolucion 2202 del Consejo de Seguridad de la ONU).
De hecho, los presidentes Petro Porochenko, Francois Hollande, Vladimir Putin y la canciller alemana Angela Merkel se habían comprometido, en una declaración común anexa a la resolución, a hacer lo mismo. Si alguna de las potencias representadas por esos dirigentes hubiese intervenido antes, habría podido elegir otras formas de actuación… pero ninguna lo hizo.
El 24 de agosto de 2022, el presidente ucraniano hace su cuarta intervención por videoconferencia ante el Consejo de Seguridad de la ONU… a pesar de que el reglamento interno de ese órgano estipula que, fuera de los funcionarios de la ONU en misión, cualquier otro orador tiene que estar físicamente presente en la sala para hacer uso de la palabra ante el Consejo. El secretario general de la ONU y la mayoría de los miembros del Consejo de Seguridad han aceptado –en 4 ocasiones– esa violación del reglamento interno, rechazada por Rusia.
Si hubiese actuado de manera lógica, el secretario general de la ONU habría tenido que llamar al orden a los miembros del Consejo de Seguridad para que no condenaran la operación rusa, cuyo principio habían aceptado 7 años antes –cuando aprobaron la resolución 2202. Tendría que haberlos exhortado más bien a determinar las modalidades de la intervención. Pero no lo hizo sino que, por el contrario, saliéndose de su papel y poniéndose del lado del sistema unipolar, el secretario general acaba de impartir a todos los altos funcionarios de la ONU en teatros de operaciones una instrucción oral para que no se reúnan con diplomáticos rusos.
No es la primera vez que el secretario general de la ONU infringe los estatutos de las Naciones Unidas. Durante la guerra contra Siria, el secretario general de la ONU redactó unas 50 páginas sobre una renuncia del gobierno sirio, dando por sentado que habría que privar a los sirios de su soberanía popular y “desbaasificar” el país. Aquel texto del secretario general de la ONU nunca llegó a publicarse, pero nosotros lo analizamos con espanto en este sitio web.
En definitiva, el enviado especial del secretario general de la ONU en Damasco, Staffan de Mistura, se vio obligado a firmar una declaración donde reconocía que aquel texto carecía de valor legal. Pero la instrucción del secretariado general de la ONU que prohíbe a los funcionarios de Naciones Unidas participar en la reconstrucción de Siriasigue estando en vigor. Es precisamente esa instrucción lo que mantiene paralizado el regreso de los refugiados sirios a su tierra natal, en contra de la voluntad no sólo de Siria sino también de Líbano, Jordania y Turquía.
Durante la guerra de Corea, Estados Unidos aprovechó la política soviética del escaño vacío para imponer su guerra bajo la bandera de la ONU (en aquella época la República Popular China no era miembro del Consejo de Seguridad). Hace 10 años, Estados Unidos utilizó el personal de la ONU para desarrollar una guerra total contra Siria. Actualmente, Estados Unidos va todavía más lejos haciéndola tomar posición contra un miembro permanente del Consejo de Seguridad.
Después de haberse convertido, en tiempos de Kofi Annan, en un ente al servicio de las transnacionales, la ONU de Ban Ki moon y de Antonio Guterres es simplemente un anexo del Departamento de Estado.
Rusia y China saben, como los demás Estados, que la ONU ya no cumple sus funciones. Al contrario, la ONU está agravando las tensiones y participa en guerras –al menos en Siria y en el Cuerno Africano. Ante ese nuevo contexto, Moscú y Pekín están desarrollando nuevas instituciones.
Rusia ya no dirige sus esfuerzos hacia las estructuras heredadas de la Unión Soviética, como la Comunidad de Estados Independientes (CEI) o la Comunidad Económica Euroasiática, ni siquiera hacia la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, tampoco hacia las heredadas de los tiempos de la guerra fría, como la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). La Federación Rusa se concentra actualmente en lo que puede definir los contornos de un mundo multilateral.
En primer lugar, la Federación Rusa está poniendo de relieve las acciones económicas de los países del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), acciones que Rusia no reivindica como propias sino como esfuerzos comunes en los que participa. Trece Estados ya esperan unirse al BRICS, aunque ese grupo no se ha declarado abierto a adhesiones. A pesar de ello, el poder del BRICS ya es superior al del G7. La razón es muy simple, el BRICS actúa mientras que el G7 lleva años haciendo declaraciones sobre las grandes cosas que va a hacer, pero que no acaban de concretarse, mientras que sus dirigentes se dedican a criticar a quienes no están presentes para defenderse.
Lo más importante es que Rusia está estimulando una mayor apertura y una profunda transformación de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS). Hasta ahora, la OCS era sólo una estructura de contacto entre los países del Asia Central, alrededor de Rusia y China, creada en aras de contrarrestar y prevenir los desórdenes que los servicios secretos anglosajones trataban de fomentar en esa parte del mundo. Poco a poco esa estructura ha permitido que sus miembros se conozcan mejor entre sí y estos han extendido sus trabajos a otras cuestiones comunes. Además, la OCS se ha ampliado, concretamente con la adhesión de la India, Pakistán e Irán. De hecho, la OCS encarna actualmente los principios enunciados en Bandung, basados en la soberanía de los Estados y en la negociación, frente a los que propugna Occidente, basados en la conformidad con la ideología anglosajona.
La Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) representa dos terceras partes de la población mundial –cuatro veces más habitantes que el G7 y la Unión Europea. Así que ahora es en el seno de la OCS donde se toman las decisiones internacionales realmente importantes.
Occidente parlotea mientras que Rusia y China avanzan. Y escribo que “parlotea” porque las potencias occidentales siguen creyendo que sus gestos pomposos serán de alguna manera eficaces.
Cegados por esa creencia, Estados Unidos, Reino Unido y, después, la Unión Europea y Japón adoptaron contra Rusia medidas económicas muy duras. No se atrevieron a decir que estaban iniciando una guerra tendiente a conservar su propia autoridad sobre el mundo y anunciaron esas medidas utilizando el término «sanciones», aunque no hubo tribunal, alegato de parte de los “acusados” ni sentencia. Por supuesto, en realidad son sanciones ilegales ya que fueron adoptadas fuera de las instancias de las Naciones Unidas. Pero los occidentales, que se autoproclaman defensores de «reglas internacionales», no están realmente interesados en respetar el Derecho Internacional.
Por supuesto, el derecho al veto, prerrogativa de los 5 miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU impide la adopción de sanciones contra uno de ellos. Pero es así precisamente porque el objetivo de las Naciones Unidas no era alinearse tras la ideología anglosajona sino preservar la paz mundial.
Ahora regreso al asunto principal: Rusia y China están avanzando, pero lo hacen a un ritmo muy diferente al de los occidentales. Transcurrieron 2 años entre el compromiso de Rusia de intervenir en Siria y el despliegue de soldados rusos en ese país. Rusia utilizó esos 2 años para terminar de preparar las armas que garantizaron su superioridad en el campo de batalla. En el caso de Ucrania, hubo un periodo de 7 años entre el compromiso ruso contraído en Minsk II y el inicio de la «operación militar especial» en el Donbass, 7 años que Rusia utilizó para prepararse a contrarrestar las sanciones económicas de Occidente.
Es por eso que las «sanciones» no han logrado poner de rodillas la economía rusa sino que, por el contrario, están afectando duramente a quienes las decretaron. Los gobiernos de Alemania y Francia están enfrentando ya graves problemas en el sector de la energía, al extremo que ciertas fábricas ya están trabajando a media máquina y están en peligro de verse obligadas a cerrar.
Mientras tanto, la economía rusa está en plena expansión. Después de vivir 2 meses pendiente de sus reservas, Rusia ha pasado a una etapa de abundancia. Los ingresos del tesoro ruso se ham incrementado en un 32% durante el primer semestre de este año.
El rechazo occidental al gas ruso no sólo se tradujo en un alza de los precios en beneficio del primer exportador mundial –que es Rusia– sino que además esa contradicción con el discurso liberal asustó a los demás Estados consumidores, que naturalmente se volvieron –para garantizar su consumo– hacia Moscú.
China, el coloso que los occidentales se empeñan en presentar como un vendedor de chatarra que sume sus presas en una espiral de endeudamiento, acaba de anular la mayoría de las deudas que 13 Estados africanos habían contraído con Pekín.
Oímos a diario los nobles discursos occidentales y sus acusaciones contra Rusia y China. Pero también comprobamos a diario, si nos detenemos en los hechos, que la realidad es lo contrario de lo que nos dicen.
Por ejemplo, Occidente nos explica, sin pruebas, que China es una «dictadura» y que ha «encarcelado un millón de uigures». Aunque no disponemos de estadísticas recientes, todos sabemos que en China hay menos presos que en Estados Unidos –a pesar de que Estados Unidos está 4 veces menos poblado que China. También nos dicen que en Rusia se persigue a los homosexuales… pero vemos que en Moscú hay discotecas gays más grandes que en Nueva York.
La ceguera de Occidente conduce a situaciones ridículamente absurdas en las que los dirigentes occidentales ya ni siquiera perciben el impacto de sus propias contradicciones.
El 26 de agosto de 2022, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y el presidente de Argelia, Abdelmadjid Tebboune, se reunieron en el palacio de El Mouradia, donde abordaron, en presencia de los generales responsables de la seguridad interna y externa, la lucha contra los yihadistas en el Sahel. Después de las guerras contra Libia, Siria y Mali, Francia ya no puede ocultar su apoyo a los yihadistas.
Por ejemplo, el presidente francés Emmanuel Macron acaba de visitar Argelia. Está tratando de reconciliar los dos países… de comprar gas para contrarrestar la escasez que él mismo ha contribuido a provocar. Macron sabe que llega demasiado tarde –después de que sus “aliados” (Italia y Alemania) ya hicieron sus propias compras– pero se empeña en creer, erróneamente, que el principal problema franco-argelino es la colonización. Macron no ve que es imposible que Argelia confíe en Francia porque Francia apoya precisamente a los peores enemigos de Argelia –los yihadistas de Siria y del Sahel. Macron es incapaz de ver el vínculo entre su ausencia de relaciones con Siria, la reciente expulsión de las tropas que Francia había desplegado en Mali y la frialdad de su recibimiento en Argelia.
Es cierto que los franceses no conocen realmente a los yihadistas. Acaban de cerrar, como el más sonado del siglo, el juicio sobre los atentados perpetrados en París el 13 de noviembre de 2015, sin haber sido capaces de plantear la cuestión de los apoyos estatales a los yihadistas. De esa manera, en vez de mostrar su sentido de la justicia, los franceses han demostrado su propia cobardía. Se han mostrado aterrorizados por un puñado de yihadistas, mientras que Argelia ha luchado contra decenas de miles durante su guerra civil y sigue enfrentándolos ahora en el Sahel.
Mientras Rusia y China avanza, Occidente ni siquiera mantiene sus posiciones sino que retrocede. Y seguirá cayendo mientras no logre clarificar su política, mientras no ponga fin a su doble rasero moral y mientras no renuncie a su doble juego.
En sus reportes sobre la caída de Kabul, los medios de prensa repiten estúpidamente las mentiras de la propaganda occidental, ignoran la verdadera historia de Afganistán, ocultan los crímenes perpetrados contra ese país y hacen imposible entrever el futuro que Washington proyecta imponer a los afganos. Y hasta es posible que los talibanes ni siquiera sean los peores en todo este asunto.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, se dirigieron solemnemente a la opinión pública de sus países respectivos en relación con la caída de Kabul en manos de los talibanes, el 15 de agosto de 2021.
1- LA GUERRA CONTRA AFGANISTÁN NO FUE UNA RESPUESTA AL 11 DE SEPTIEMBRE. YA ESTABA PLANIFICADA ANTES DE LOS ATENTADOS
Según estos dos jefes políticos occidentales, la invasión de Afganistán por parte de Estados Unidos, en 2001, tuvo como único objetivo «perseguir a quienes nos atacaron el 11 de septiembre de 2001 y evitar que al-Qaeda pudiese utilizar Afganistán como base para perpetrar nuevos ataques» [1].
El ministro pakistaní de Exteriores, Naiz Naik, fue asesinado en su domicilio en 2009.
Al oír eso, el ministro de la Propaganda del III Reich, Joseph Goebbels, habría recordado que «una mentira repetida 10 veces sigue siendo una mentira. Repetida 10 000 veces, se convierte en verdad».
Pero los hechos siguen siendo hechos y, aunque no sea del agrado de los presidentes Biden y Macron, la guerra de 2001 contra Afganistán no se decidió después de los atentados del 11 de septiembre. Se decidió antes, a mediados de julio, cuando fracasaron las negociaciones de Berlín que Estados Unidos y Reino Unido habían iniciado, no con el gobierno afgano sino con los talibanes.
Las escenas de pánico que hemos visto en el aeropuerto de Kabul, nos recuerdan las que se vieron en Saigón, a raíz de la derrota de Estados Unidos en Vietnam. Es, en efecto, un fenómeno idéntico. Los afganos que intentan huir colgados de los aviones no son precisamente traductores de las embajadas occidentales sino agentes de la “Operación Omega”, iniciada bajo la presidencia de Barack Obama [9]. Son miembros de la «Khost Protection Force (KPF) y de la Dirección Nacional de Seguridad (NDS) y se encargaban de torturar y asesinar afganos que se oponían a la ocupación extranjera. Esos elementos cometieron tantos crímenes que los talibanes, en comparación con ellos, son almas inocentes